Durante los últimos meses de 2024, mientras me recuperaba de mis últimas carreras y me enfocaba en la rehabilitación de mi rodilla izquierda, decidí inscribirme en el Maratón de Big Sur, uno de los más hermosos que existen. Entrené durante los meses siguientes con la guía de mi entrenador de carrera, mi psicóloga y mi nutrióloga. Con dedicación y sacrificio, siempre mantuve la idea de hacer el mejor entrenamiento posible para alcanzar mi objetivo.
Sin embargo, algunas veces el cuerpo te marca hasta dónde puedes llegar en ese momento. Tres semanas antes del maratón, mi cuerpo dijo “suficiente”.
Esa semana había entrenado intervalos a muy buena velocidad y me sentía fuerte. Sin embargo, un par de días después, durante un trote suave de 8 km, mi pantorrilla derecha empezó a tener calambres al final del entrenamiento. El dolor era tan intenso que tuve que terminar caminando.
Antes de la siguiente tanda larga descansé, recibí masajes, usé botas de compresión y apliqué hielo. Creía estar listo para enfrentar la sesión de 35 km en zona 3. Todo estaba planeado: tendría acompañamiento durante todo el recorrido. Correría con compañía los primeros 8-10 km, y después mi “partner in crime” me acompañaría para proveerme de nutrición e hidratación. Era el plan perfecto.
No llegué ni a los 500 metros. Los calambres fueron insoportables, tuve que regresar y terminar la sesión. Para no quedarme con las ganas de apoyar, tomé mi bicicleta y, a ritmo tranquilo, fui el “water boy”. Fueron los kilómetros más difíciles de todo el año, sabiendo que todo el esfuerzo estaba por irse a la basura, que el objetivo no se lograría. Solamente tenía ganas de gritar y llorar.
En las últimas tres semanas me enfoqué en trabajar el aspecto mental, la terapia física y el descanso, mucho descanso. El objetivo seguía claro: estar listo para el 27 de abril y correr el maratón.
Una semana antes del evento, ya sin margen para entrenar, tenía que hacer la última prueba: 14 km suaves, monitoreando la reacción de mi cuerpo. Todo empezó muy bien, con un buen calentamiento. Los primeros 6 kilómetros transcurrieron sin problemas. Sin embargo, mientras decidía la ruta a seguir, los calambres regresaron. El dolor se volvió insoportable. Los siguientes 45 minutos fueron de reflexión, durante la caminata más larga que he hecho para tomar una decisión.
Era obvio: no podría correr el maratón. El objetivo se había esfumado. Sin embargo, sabía que tenía que escuchar a mi cuerpo; intentarlo sería arriesgar una lesión mayor y perderme muchas carreras más.
El maratón es mañana. Es muy triste ver las imágenes de lo que viene, la emoción de los participantes, y saber que no podré estar ahí.
Me encantaría estar escribiendo sobre como conseguí un buen tiempo en el maratón; sin embargo, hoy me toca escribir que no siempre se logra. A veces, tenemos que hacer una pausa para poder seguir adelante. Es triste, frustrante e incómodo, especialmente cuando, un día antes, la gente te desea buena suerte y tú sabes que no correrás.
Ahora es momento de enfocarme en descansar, continuar con la terapia física y mental, fortalecerme, y cuidar mi alimentación. Hay muchos planes para el resto del año, y un gran equipo que siempre me apoya.
¡Vamos para adelante!
